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Opinión | 15/08/2019
Por Juan Miserere
Aquello que nos hizo felices tiende a desaparecer

Cuando cerró la revista El Gráfico, a punto de cumplir cien años, el lamento que Aquello que nos hizo felices tiende a desaparecer expresaron miles de lectores que tuvo a lo largo de su historia se topó también con una pregunta incómoda: “¿Y cuándo fue la última vez que vos la compraste para que siga existiendo?”.

La nostalgia genera empatía, pero no es redituable. En estos días está cerrando sus puertas la última disquería de Venado Tuerto. Para los amantes de la música es una confirmación del cambio de época, y una invitación a recordar aquellos años felices de atravesar la puerta en busca de una nueva aventura, de un CD que saliera al encuentro con un sonido que se nos revele cautivante, que nos interpele, que nos conmueva.

Unos meses atrás, un amigo que supo vivir en Venado pero que hace rato está afincado en Buenos Aires, anduvo de visita y me comentó con asombro que todavía Musicomanía permanecía en el mismo local céntrico, desafiando a la lógica de los tiempos. Su observación resultó premonitoria.

Los que fuimos adolescentes en los ’90 convivimos con los formatos de CD y casete. En promedio, un disco salía 20 pesos, en tiempos en los que a veces un sueldo era de 300. Los módicos ahorros que pudiera lograr uno servían para hacerse una escapada a la disquería en busca de nueva música. La meca era calle Belgrano, donde llegaron a convivir Musicomanía, Madaba y La Disquería. Después hubo otra por avenida Casey.

Eran tiempos en los que la música se descubría en la radio o por el boca en boca, tiempos en los que se prestaban los CD’s y si te gustaba tenías dos opciones: o te lo comprabas o te lo grababas en un casete virgen (TDK y Sony eran las marcas más presentes). Después llegaron los CD-R que también expandieron el horizonte, un poco antes de que Internet arrasara con todo.

Ya no fui el mismo después de llevarme a mi casa un compilado de Sui Generis ni de escuchar “La la la” de Spinetta y Paéz. Cada disco nuevo de Fito era compra obligada, “Alta suciedad” me lo llevé el día que salió y Pappo’s Blues me rompió la cabeza.

Antes de eso, una opción era ir a la disquería con la compra decidida, pero lo más inquietante era sin dudas tener la plata en el bolsillo y ponerse a revolver las bateas. Te podía sorprender un nombre de banda o una tapa, y a veces eso alcanzaba para llevártelo a tu casa, para ver si la música estaba a la altura de la promesa.

Ya no fui el mismo después de comprarme un compilado de Sui Generis ni de escuchar “La la la” de Spinetta y Paéz. Cada disco nuevo de Fito era compra obligada, “Alta suciedad” me lo llevé el día que salió y Pappo’s Blues me rompió la cabeza.

Creo recordar que los primeros fueron “Used your illusion II” de los Guns y uno de Roxette, que con el tiempo me avergonzó un poco, pero ahora puedo reivindicarlo sin miedo.

Hoy, que el mp3 sin graves y con sonido latoso le ganó al buen gusto (y uno mismo terminó cediendo) la música se escucha on line, por bluetooth o indecentemente por Youtube. Ya no hay librito que acompañe al nuevo LP ni créditos de la grabación ni –prácticamente- equipos donde poner un CD.

Así como un día se murió el VHS, el DVD que lo veló pasó rápido a ser un formato vetusto. Lentamente desapareció el casete, asesinado cuando el stereo de los autos incorporó al CD, que hace rato se reemplazó por el USB.

A pesar de todo, cuando Internet explote, ahí estaré con mis CD’s a todo volumen, sin formatos comprimidos, sin mirar los datos móviles ni esperando que no me corten la conexión de banda ancha por falta de pago.

Periodista/Fuente: Juan Miserere
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