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Educación | 30/11/2021
Por Micaela Pellegrini Malpiedi
Ama de casa: un trabajo que perdura a lo largo del tiempo
El 1 de diciembre se celebra el “Día de la ama de casa”. La fecha se estableció en el año 1958 por parte de la Liga de Amas de Casa, una entidad creada para defender los derechos de las trabajadoras. Tres décadas después, en 1983 se constituyó el Sindicato de Amas de Casa de la República Argentina (Sacra) persiguiendo como objetivos la obtención de un salario, jubilación, obra social y demás derechos laborales. Recién a partir de 2006 las amas de casa pueden jubilarse por medio de la Ley 24.476 “Moratoria permanente de autónomos”, una medida que, cuestionada hasta el día de hoy, pone el trabajo doméstico en la agenda de las políticas públicas.

Específicamente, en la actualidad, la figura social “ama de casa” es fuertemente discutida al calor de los estudios de género, los cuales se preguntan por la marca gramatical en femenino que lleva el término “ama” y como dicha configuración se traduce en privilegios para varones y desventajas para mujeres. Veamos.


De acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española (RAE) este término: “Forma parte de distintas locuciones nominales, usadas tradicionalmente solo en femenino, como ama de casa (‘mujer que se ocupa de las tareas de su casa’) o ama de llaves (‘empleada que dirige los asuntos domésticos de una casa’)”. Como hemos visto a lo largo de estas columnas, las formas en que nombramos las cosas tienen una carga política, y en este sentido la RAE lo demuestra claramente. La ama es una locución nominal que generalmente se utiliza en términos femeninos, así como a la inversa, por ejemplo, la de presidente se nomina en masculino. En conclusión, la función social de las tareas domésticas está destinada (o al menos lo han estado a lo largo de la historia) a las mujeres, pero… ¿por qué? Si nos transportamos a los intersticios de la historia occidental, específicamente a la bisagra de los siglos XVIII y XIX, nos vamos a encontrar con una sociedad en constante ebullición y transformación. A posteriori de la Revolución Industrial y la Revolución Francesa, se comenzó a tejer y entretejer el funcionamiento de las economías capitalistas y la forma de vida de las naciones. Del campo a las ciudades, del artesanado a las fábricas y la asunción de los Estados Nacionales comenzaron a delimitar una nueva unidad moderna: el matrimonio conyugal.


Ahora bien, el mismo “no entra en la historia como la reconciliación del hombre y la mujer, y mucho menos aún, como forma suprema del matrimonio. Por el contrario: aparece como el sometimiento de un sexo por el otro” (Fraisse, 2018 [2006], p. 103).

De tal forma, suscita como fundamento del matrimonio conyugal la diferencia y desigualdad entre los sexos, al respecto Nicole Arnaud-Duc sostiene: “La supremacía del marido es un homenaje que rinde la mujer al poder que la protege. En efecto, el marido extrae su superioridad de la idea de fragilidad del sexo femenino” (2018 [2006], p.139).


A partir de la organización social, capitalista y patriarcal en general y del matrimonio en particular, la relación entre los géneros comienza a ser interpretada a partir de los binarismos jerárquicos: lo femenino (como naturaleza, pasión, pasividad, reproducción) y lo masculino (como cultural, raciocinio, actividad, producción). La sociedad también delimita sus espacios apartir de lo público (esfera política, económica, administrativa, sociabilidad) y privado (hogar, domesticidad, maternidad), mientras el primero le corresponde a los varones el segundo a las mujeres, quedando éstas últimas entrampadas en las lógicas patriarcales que las ubica dentro de la fragilidad propia del derecho romano.

La fragilitas no se corresponde con una invalidez natural sino en un motivo para ser protegidas por otros.

De tal forma, justificada desde la filosofía moderna, la organización económica capitalista y el derecho patriarcal, las mujeres fueron dispuesta al espacio de lo privado (sus hogares) y en consecuencia a la realización del trabajo doméstico. Sumado a eso, su supuesta fragilidad las hacía aptas para un exclusivo desenvolvimiento en las tareas de cuidado que se traducían en largas jornadas dedicadas a otros/as: hijos/as, ancianos/as, familiares varios y hasta el propio esposo. En efecto, mientras los varones trabajan en el sistema productivo (fábricas, empresas, el estado, oficios, profesiones liberales), las mujeres les dedican el día entero al lavado, al planchado, a las visitas al mercado, al cuidado de sus hijos/as, a la cocción de alimentos, etcétera, etcétera, etcétera… sin embargo el trabajo que es reconocido como tal y que posee un salario es el del varón, no así el doméstico desempeñado por la ama de casa, puesto que es interpretado como “un acto de amor”.

Es así como, el trabajo doméstico es el trabajo invisible, aquel que no posee reconocimiento ni social, ni económico ni mucho menos político, pese a ser el que permite el engranaje del trabajo productivo perteneciente a la esfera pública de la sociedad.

Si bien estas líneas dedicaron su atención a la sociedad moderna del siglo XIX, actualmente la realidad no ha cambiado significativamente. Aunque las mujeres han ganado terreno en el espacio de lo privado, el 93 % de ellas se sigue ocupando también de las tareas del hogar duplicando el tiempo que les dedican los varones. De tal forma, la jornada laboral feme- nina se distribuye entre el trabajo productivo y el doméstico, una amalgama de tareas y acciones que las ubica en desventa- ja con respecto a los varones. Por todo esto, este 1 de diciembre exigimos que no llamen amor al trabajo no remunerado.


Referencias:
Arnaud-Duc, N. (2018 [2006]). Las contradicciones del derecho. En Duby, G. y Perrot, M. Historia de las mujeres, el siglo XX. Barcelona: Taurus

Fraisse, G. (2018 [2006]). Del destino social al destino personal. Historia filosófica de la diferencia de los sexos. En Duby, G. y Perrot, M. Historia de las mujeres, el siglo XX. Barcelona: Taurus.

Periodista/Fuente: Por Micaela Pellegrini Malpiedi | Profesora, Licenciada y Doctora en Ciencias de la Educación (UNR-ISHIR/CONICET)
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