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Cultura | 30/05/2023
Por Vanesa Tejeda Costa
Las Formas del mal

La noche estaba fría y calma, la luna bañaba todo con su manto de plata, pero dentro del pequeño galpón los ánimos estaban caldeados, los que allí se encontraban impregnaban el lugar de un calor asfixiante. Lucio miró la hora en su reloj pulsera y decidió que ya era tiempo de dar por finalizada la reunión.

—Nos hemos extendido demasiado esta no….

—No pudo terminar de hablar, todas las voces se mezclaron al unísono.

—Esta fábrica es nuestra, no la dejaremos morir.

—Si el ingenio cierra, el pueblo desaparecerá.

—Hoy tendremos que llegar a una solución, por más que nos llevé toda la noche encontrarla.

Lucio sabía que el tiempo se agotaba, no quiso tomar medidas sin analizarlo todo muy bien, no era hombre de actuar por impulso. En cambio, los demás obreros del ingenio Santa Ana estaban cansados de esas reuniones estériles, donde sentían que sólo perdían el tiempo. Querían hechos concretos, ya no deseaban dialogar con su patrón y algunos ni escuchaban a Lucio, quien era el portavoz de aquel grupo de trabajadores que se habían organizado para luchar por sus derechos y frenar el cierre de su fuente de trabajo.

—Por hoy es suficiente, es demasiado tarde y mañana tenemos que trabajar. Demos por terminada esta reunión y pongamos fecha, lo más cercana posible, para la próxima.

La disconformidad se notó de inmediato en los rostros cansados y apagados por el desánimo. Los más rebeldes quisieron oponerse a la decisión, pero fueron callados por la mayoría que estuvo de acuerdo en regresar a sus hogares a buscar el descanso que tanto necesitaban, no sino antes acordar día y hora para la siguiente reunión.

Como era usual, Lucio fue el último en dejar el lugar. Estaba acomodando sus cosas cuando escuchó un gruñido feroz que lo puso en alerta, sin saber bien por qué. En el establecimiento había muchos perros, no era raro sentir gruñidos en medio de la noche, pero aquella vez era distinto. Lentamente abrió el portón de chapa que crujió en sus manos; un leve olor a azufre le invadió los sentidos y oyó otra vez el gruñido, más cercano, más salvaje, más real. Cerró con violencia y caminó con pasos ligeros, casi dando zancadas. Sintió cadenas arrastradas por el piso mientras su corazón latía alborotado en el pecho. De repente, un enorme animal se le interpuso en el camino, sus ojos eran de fuego, su pelaje negro, como la más profunda de las noches.

Esa cosa era de dimensiones enormes, parecía un perro, fiero y bravío, dispuesto a devorarlo. Lo podía ver en sus ojos. Lanzaba llamaradas provenientes del mismo infierno; de sus fauces brotaba espuma, mezclada con una espesa baba. Se movió despacio, con gran cautela, casi arrastrando los pies. Miró a su alrededor buscando algo con que defenderse, pero no halló nada. Instintivamente se tocó la espalda, su facón, como era usual, estaba ahí. Aunque no deseaba entrar en una lucha cuerpo a cuerpo con aquella cosa del demonio, emprendió la marcha, decidido a ganarle, pero se equivocó; el animal en dos movimientos estuvo tras sus pasos. Rodaron por el suelo enroscados formando una masa sólida de gruñidos y jadeo, mientras Lucio no atinaba a sacar el cuchillo, ya que con sus brazos y manos debía mantener alejada de su cuello a la bestia. No quería morir esa noche, ni ninguna otra cercana, aún tenía muchas batallas que librar, no iba a dejarse ganar tan fácilmente. Peleaba con vigor, si bien aquella cosa era enorme y poseía una fuerza descomunal, que hacía menguar las suyas. En un momento de flaqueza de sus brazos, la bestia le alcanzó la camisa y al rasgarla con las uñas, a la luz de la luna brilló la cruz de plata del crucifico que Lucio siempre tenía consigo. La bestia retrocedió espantada y se esfumó así como había llegado.

Después de esa noche, Lucio anduvo varios días perdido en sus pensamientos, no podía comprender lo que había vivido, no al menos desde la lógica que había usado toda su vida.

Al cabo de un tiempo, pensó que muchas veces el mal toma distintas formas, de industrial, de capataz, de perro feroz, y decidió que cualquiera sea la forma que tomase, él le daría pelea, como aquella noche de luna llena.

En Antología 2021 Escritores Firmatenses “Manos a la obra”
Periodista/Fuente: Vanesa Tejeda Costa (Escritora firmatense, integrante de Artesanas de Historias, columna literaria publicada por El Correo)
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